Qué majo Pablo

Por un momento vi la cara de mi padre, obviamente la imagen desapareció al volver al mundo real. Pablo había venido a la estación con la esperanza de que mi tren aún no hubiese salido y al verme en aquel estado se sentó a mi lado a consolarme.
-¿Quiénes eran esos dos tipos?- me preguntó cuando me vio ya más calmada. Quizá no debería haberlo dicho, pero ante aquella enorme cantidad de sentimientos llenos de confusión lo mejor era desahogarme.
-Asesinaron a mi padre.- lo solté así, sin tacto ni prudencia (algún transeúnte debió mirarme extrañado).
-¿Qu.. qué?
-Esos dos tipos me dijeron que lo asesinaron.
-Desde luego, hay gente sin corazón.- dijo abrazándome.
-¿Cómo?- me desenredé de su abrazo.
-Ah.. ¿les creíste?
-Me dieron razones para ello.
-Escucha.. es normal que intentes aferrarte a cualquier cosa..
-¡Joder Pablo!- me levanté enfadada. Cerré los ojos y crucé mis brazos agarrándome con fuerza la cintura, con miedo a romperme en dos. Suspiré, conté hasta tres y conseguí tranquilizarme.- Sabían de lo que hablaban, me dijeron que razonara y lo pensara, y que si quería saber más me pasase por esta dirección- le enseñé la servilleta que el chico me había dado.
Miró la servilleta y luego a mí:-... ¿me estás puteando?
Vi que el tren había llegado, recogí mi bolso del suelo y le arranqué la servilleta de la mano.
-¡Mañana vuelvo e iré a ese sitio!- grité subiéndome al tren, escapándome de su respuesta.

Como los turrones, vuelve por Navidad.

-¿Y tú tienes alguna chica esperándote?
-Sí.- respondí con una sonrisa.
-Debe de estar enamorado ¡mira lo rojo que se ha puesto!
No borré mi sonrisa para callar aquel comentario, Marta era realmente especial para mí.

Froté con la manga el cristal para desempañarlo y empecé a reconocer el paisaje que nos rodeaba. Los enormes pinos, las montañas nevadas y el gran lago. Hubo otro dato que me ayudó a situarme.
-Creo que se ha estropeado la calefacción.
-Pues mal vamos. Este frío lo aguantamos pocas personas.- comenté.
Mientras los demás bromeaban sobre cómo entrar en calor yo observaba las calles de mi pueblo. Estaban casi vacías, había empezado a nevar. Aproveché un semáforo en rojo para fijarme mejor en las caras de los transeúntes, a ver si reconocía a alguien. No reconocí ninguna cara pero sí el abrigo marrón claro. Me puse la bolsa al hombro y bajé del jeep cuando empezaba a ponerse en marcha sin dar ninguna explicación. Corrí los diez metros que me separaban de Marta resbalándome varias veces a causa del hielo.

Caminaba despacio, con la cabeza gacha sin importarle el frío o la nieve. Le interrumpí el paso. Cuando se encontró con mis ojos intenté dedicarle una sonrisa, pero me quedé rígido, acordándome que en aquellos dos años ella podía haber comenzado una nueva vida. Sus ojos se pusieron brillantes y llorosos, lo primero que se me pasó por la cabeza era que no quería volver a verme. Que estúpido fui, lo normal era que el chico muriera en la guerra, no que volviese a casa.
-Lo..-intenté disculparme, pero ella se abalanzó sobre mí abrazándome. Tiré mi bolsa al suelo y la abracé lo más fuerte que pude. Entonces se apartó levemente y me miró a los ojos:
-¿Y mi beso?

52

-Prometiste que me acompañarías.

Después de cincuenta años casados, tuvo que acordarse ahora.
Yo siempre cumplo mi palabra así que no me quedó otra que subirme. Llené mis viejos pulmones de aire y el olor de la tapicería me recordó 1952. Acaricié el asiento, estaba tal y como lo recordaba.
-¿Y bien?
Espera que diga mi frase.
Le miro a los ojos, le beso y Arranca el Ford.

Rusos

Dispara. Ya. Es tu oportunidad. Al estómago.
PIUM
Vaya, no ha sido suficiente. Sigue maldiciendo a mi madre.
PIUM (y esta vez directo a la cabeza)
Bien. Sigue con esa diabólica sonrisa, pero ya está muerta.
Miro a la rubia.
Creo que si siguiese viviendo me volvería un maníaco.
Miro el revólver. Abro el tambor. Una bala. Lo giro y rápidamente lo cierro.
En fin, ojo por ojo.
Coloco la boca del cañón sobre mi sien y aprieto el gatillo.
CLIC
Alzo la cabeza.
Tú dirás cuándo.
Otra vez: abro, giro y cierro.
Nebulosa: lugar donde nacen o mueren las estrellas.

Sin


Probablemente solo quedase mi rubia limpiando la barra del bar, así que me decidí.

Seguí la rutina empujando antes de leer el cartel. Nancy me reconoció a través del cristal de la puerta. Entré cabizbajo, sólo levanté la mirada una vez cerrada la puerta.
Hacía años que no la escuchaba gritar. Recordé que cerrar la puerta no servía de nada, cuando Nancy gritaba la discreción se sentía relegada.

-Buenas noches, rubia.
Intenté quitar hierro con una sonrisa, pero ante mi escasez de dientes se giró a esconder las lágrimas que parecían salir a borbotones.

Limpió su cara con el delantal y luego lo tiró al suelo.
Salió de detrás de la barra. Pude ver el rastro del rimmel en sus mejillas. Iba a abrir la puerta para dejarme, pero se volvió y se acercó.
Su mano fría calmó el dolor de algunos golpes y cortes. Cerré los ojos hasta que dejé de notarla.

Decidió hablar después de mirar durante un rato la sangre con la que se había manchado.
-No me iré.- dijo entre sollozos.
La abracé. La abracé con todas mis fuerzas pese al agujero que el policía había hecho en mi pecho.

Polaroid 600

-Yo quiero, yo quiero.- dije saltando intentando alcanzar la cámara que mi padre sostenía en sus manos.
-Vale, pero ten cuidado.
Intenté sacar la foto desde abajo (ya que mi altura no alcanzaba a mucho más) pero el mundo no cabía en el objetivo (al menos no mi concepción del mundo en aquel instante).
-No quiero. No se ve.- descolgé la cámara de mi cuello y se la ofrecí a mi padre. Él y mi madre se rieron.
-Ponte un poquito más atrás.- dijo mamá.
La miré y su sonrisa me hizo pensar que era posible sacar mi foto perfecta. Así que corrí a alejarme para sacar a papá y mamá de cuerpo entero.

Manos frías

Escondía sus manos frías bajo el jersey de punto y lana. Estiraba las mangas hasta que sólo asomaban las uñas con restos de esmalte rojo. Así entraba en calor y comenzaba sosegarse.
Pero aquellos métodos no le servían de nada, ignoraba ya si sus escalofríos eran debido a la baja temperatura o al miedo.
-Le acaricié la mejilla y sentí como su cuerpo se relajaba con un suspiro. Sonrió y yo traté de simular estar calmado devolviéndole el gesto.
-Apollé mi mano en su rodilla derecha para llamar su atención y le sonreí cuando levantó ligeramente la cabeza. Su mirada mudó y casi advertí un poco de aquella calidez que tenía hacía tres días.
-Conseguí encontrar de nuevo su risa tarareando 'always look on the bright side of life'.
- Saqué de nuevo a la luz su carácter susurrándole 'el juego'.

Hubiese bastado con cualquiera de esos gestos, mismo con un ademán de ellos. Hubiera llegado con alguna otra mueca, con silbar alguna nota. Me habría regalado una última sonrisa.

Los pequeños detalles son los que cuentan.




Los pequeños detalles son los que sacan sonrisas.

Más de cien palabras, más de cien detalles, te daría si me dejaras.