Los focos hacían subir la temperatura al menos cinco grados más en el escenario. El pobre poeta no paraba de sudar, pero conservaba aún su facilidad para rimar cicatriz con epidemia .
Las cuatro chicas le miraban con sus ojos llenos de ilusión, canturreando todas sus canciones, alzando las manos y uniéndolas para seguir el ritmo de su música. Al finalizar cada canción sólo se les escuchaba ''Grande Sabina, grande''.
2 comentarios:
Con compañía inmejorable.
Gracias por aquel gran día (noche) junto al maestro :)
¡Qué bien lo debisteis pasar!
¿Aún no dividisteis la toalla?
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