Feliz año

Un año malo.
Lo comprendo. Es más, lo comprendo, lo entiendo y lo comparto. Pero es nuestra culpa. Maldita sea esa culpa siempre nuestra ¿verdad? Hay que saber como tomarse las cosas chicos, y es verdad que a veces hay que resurgir de cenizas, pero se resurge. Hay que saber plantarse, fruncirle el ceño a los malos episodios y sonreirle a esas páginas nuevas en blanco.
Me gusta esa actitud. Me gusta esa actitud que no se nota de gente que pasa desapercibida. Me encantan esos héroes del día a día, callados e introvertidos, que de vez en cuando cierran los ojos para disfrutar y sentir entera y completamente ese paso adelante que dan, ese pisotón que le dan a la vida que dice algo así como un "aquí estoy de nuevo".
Vivir así no se lo puede permitir cualquiera. No a todo el mundo le es concedido el don de ser tan fuerte. Así nacemos la mayoría, debiluchos y arrugados. Yo misma salí ya llorando, no hizo falta ni cachetada. Pero tranquilos, que ya me ha dado cachetadas la vida como a todos. Al fin y al cabo, en eso consiste la vida ¿no?, la cachetada que no te mata te hace más fuerte (algo parecido oí por ahí); y entonces, por deducción, inducción o, si me apuras, reducción al absurdo, supongo que el año que no te mata, te hace más fuerte.
De esta manera, concluyendo si se puede esta reflexión o monólogo, no me queda más que dar la enhorabuena por ese mal año, mal mes o mal día, te has hecho fuerte.



Keep calm, August is here.

Magia

No aprendes vida, aprendes magia.
Truco a truco cada uno elabora su camino.
Tú diriges tu espectáculo.
Inviertes hasta el último aliento en el show.
Cambias magia por aplausos. O magia por sonrisas.
Cada nuevo hoy es un nuevo truco, y una nueva oportunidad.
Cada ayer es un truco que debes valorar, analizar, tener en cuenta.

La magia es efímera, es vida. La magia la tienes que aprovechar, no puedes malgastarla.
La magia está para que la vivas, y la vida está para que le busques trucos.

¿Sientes magia? Sentir también es magia.
Con cada sensación te envuelves en un nuevo hechizo. Lo notas. Se nota.
Eres frágil ante los hechizos, te desvían del camino gran parte de las veces. Pero, ¿y esa magia que recorre todo tu cuerpo al regocijarte, al saborear cada sensación? Más vale caer en algunos hechizos.

Ésa es la parte de la vida de la que aprenderás, de los hechizos, de tus propios sentimietos.
Pasión, ternura, alegría, orgullo, euforia, entusiasmo, satisfacción, serenidad, amistad, amor, respeto, gratitud, confianza, solidaridad, altruismo, esperanza, ilusión, ambición. Sentimientos que te encantan, que te embrujan y que te hipnotizan. Sentimientos por los que sabes que merece la pena vivir.

Quieres aprenderlos todos. Quieres poder experimentarlos cuando tú quieras. Quieres también demostrárselos a alguien y que te admire por ello.
Querrás compartir tu magia con los demás, pero reservándote para ti los mejores trucos.
Querrás compartir tu vida  con los demás, pero serás tú quien se recree en ella, quien realmente la disfrute.
Haz magia para ti. Sorpréndete a ti con cada truco.






Bum

Miedo, éso era lo que sentía, auténtico terror. Agarraba el maletín con fuerza mientras buscaba su asiento. Era tal el temor, que caminaba torpemente por el pasillo, dando al resto de pasajeros con la bolsa de deportes que colgaba del hombro. Cuando dio con su sitio, colocó con miedo el maletín en la tabla astillada que hacía de mesa, mirando a un lado y a otro, cercionándose de que nadie lo podía coger sin que él se diese cuenta -aunque ni el más codicioso ladrón quería hacerse con aquel maletín andrajoso-.
De repente, y abstrayéndolo de sus pensamientos, salió una joven de la nada. Una joven del todo normal, una viajera del tren como otra cualquiera. Quizás se distinguía del montón por aquel toque de amabilidad desinteresada.
-¿Le ayudo con la bolsa?
-Gracias, gracias- balbuceó  tratando de evitar el tartamudeo que el nerviosismo y el agobio le producían constantemente.
La joven dejó  rápidamente sus pertenencias en el asiento que le correspondía para colocar la bolsa en la repisa. Él hacía bastante tiempo que vivía encorvado, con un poco de chepa, por lo que realmente necesitaba ayuda.
Coincidieron sentados el uno enfrente del otro durante todo el trayecto. Ella se sumergía de lleno en un libro mientras él se mordía las uñas y movía repetidamente la pierna. No paraba quieto. De hecho, resultaba un mérito que la joven consiguiese centrarse en la lectura, ya que, además, dos asientos más atrás se sentaban dos niños de no más de seis años y su madre -que tanto daba que estuviera como si no-, el jaleo de aquellos torbellinos era insufrible. Los dos pequeños gritaban y se quejaban para después llorar, pero como sus caras eran de angelitos pese a chillar como diablos, nadie abría la boca, ni siquiera la madre.
En verdad, la situación era más que horrible, entre chillidos, asientos incómodos y crujidos del tren su nerviosismo aumentaba. Incluso le aborrecía el paisaje, de tierras llanas, no había absolutamente nada más que campos y campos de trigo. Solamente mirar de reojo a la joven le relajaba un poco. Poseía una mirada alegre en aquellos ojos expresivos, parecía despreocupada de la vida entera, y, de alguna manera, era capaz de transmitir aquel sentimiento. Seguro que se trataba de una gran persona. Tanto lo creía así, que comenzó a plantearse iniciar una conversación. En vez de eso, decidió irse al baño, con la pequeña esperanza de que el zumbido constante del tren desapareciese. Cogió el maletín y se levantó, haciendo malabarismos para conseguir salir del rincón que quedaba entre la tabla de madera y el asiento. La joven lo miró durante una milésima para ensimismarse de nuevo en su libro, él guardó aquella mirada.
Volvía a verse caminando a trompicones por el pasillo. Tardó unos cuantos vagones en encontrar el baño, pero al fin consiguió encerrarse en aquel medio metro cuadrado. Abrió el maletín a duras penas y sacó de él su cometido. Comenzó por dar un largo suspiro y luego sacó de otro compartimento del maletín unos alicates y unas pinzas. Las manos le dejaron de temblar una vez se concienció de que aquella misión era el propósito de su vida. Ya lo tenía bien claro cuando a la mente le llegó de nuevo la mirada de la joven. Después volvió la imagen de aquella sonrisa amable permanente. Respiró de nuevo bien fuerte y conectó el último cable, provocando la explosión tan deseada, tan ruidosa, tan dolorosa. Acabando con todo.
No obstante, daba igual. Daba igual el tren, el kamikace, la joven, su libro, los dos querubines, su pesada madre e incluso daba igual la enorme explosión. Comenzaba una guerra.

Señora noche

Noche sola. Cual luna. ¿Dónde se esconderá el sol?
Noche larga, con camas pequeñas, con dos camas vacías.