Verano

Estoy casi segura de que me he enamorado de Verano. Lleva un año detrás de mí, aunque, en cierto modo, eso ha sido culpa mía por no sacármelo de la cabeza.
Vuelvo a creer que es mi príncipe azul. Y digo vuelvo porque esta no es la primera vez que me fijo en Verano, ¡ya van muchos años! Y siempre igual, el príncipe azul se convierte en marrón cuando llega Otoño.
Otoño es el mejor amigo de Verano. Bueno, digamos que es su sombra, su perrito faldero. No sé por qué, Otoño siempre va detrás de Verano. Es un tipo paliducho, con aire tristón y un tanto frío al hablar. Este carácter parece una enfermedad de la que Verano se contagia. Además, siempre lo hace llegado más o menos septiembre, debe de ser algo parecido a la gripe. 
Lo lógico, sería aprender de los errores y no tropezar dos veces (o más de diez) con la misma piedra , pero he de confesar que soy una romántica. Adoro cuando Verano me salva de entre las garras de Invierno, un matón que siempre está a la salida de clase. Me encanta cuando me envuelve en un abrazo cálido, o cuando me dice que estoy preciosa con camisetas de tiras y pantalones cortos. Sin embargo, si hay algo que me enamora de Verano, es su forma de conquistarme. La noche del 23 de junio, él prepara una fiesta a la luz de un montón de hogueras, y ésa noche siempre me ronda, lo tengo pegado a mí. Noto su calor, su olor característico. Consigue sacarnos una sonrisa y varias carcajadas a lo largo de la noche a todos. Pero a mí, concretamente, siempre me obliga a dar un paseo por la orilla. Y es cuando me convence para meter los pies en el agua cuando sé que no hay vuelta a atrás, que vuelvo a ser la loca enamorada de Verano y que, de nuevo, he olvidado todo lo aprendido durante el año anterior.

Saludos y avisos

Al fin de vuelta, con una sonrisa y menos nervios. O con más, por la euforia que las vacaciones causan.
¡Cómo se echa de menos escribir! Tan prescindible, tan innecesario, tan fácil que parece y sin embargo, aporta una sensación única. Aviso a navegantes: ése hobby o hábito tan necesario se pierde en segundo de bachiller. Al menos a partir de semana santa. Acabas vomitando tantas palabras en comentarios críticos e históricos, que ya solo te queda bilis para escupir en el blog o en el cuaderno y piensas "pa qué", ya se molestará a la Red con 140 caracteres en Twitter.
Qué agobio segundo, qué llorera, qué rabia y cuántos suspensos. Hay que saber llevarlo. Si bien a uno no le da tiempo a desahogarse en Dieguitos y Mafaldas, siempre existirán otros con tiempo para los demás. Aunque no ofrezcan un hombro en el que llorar, ofrecerán un bocata, una sonrisa o una porción de pizza.
Ha sido un año agotador, pero con su recompensa, con su Mallorca. Mucho se aprende en un curso así, y no solamente de profesores. Hubo baches, altibajos. Y puedo decir con gran orgullo que se consiguen superar todos. Fue un curso de estudiar, de encerrarse a estudiar más bien, y la consecuencia no es otra que aprender a levantarse solo, a llorar durante un buen rato para luego dar otro paso más hacia delante. Ante todo, nunca lo olvidaré. 
Después de este desahogo y de esta advertencia, tengo la esperanza de que la autoescuela u otros  martirios no me quiten tiempo de escribir más entradas que, espero, sean más entretenidas (o legibles, ya puestos).