The End

El dedo índice de Briony Tallis presionó el punto final en la máquina de escribir.
Con sumo cuidado y lentitud sacó la hoja de la máquina y, descansando la mirada en aquel final, una lágrima recorrió su mejilla. La secó con la manga antes de que cayera sobre el papel. Colocó la hoja encima de las demás y concluyó así su obra.
Aquella autobiografía con final feliz no era una evasión de la realidad, al menos ella no lo veía así. Había decidido publicar aquel ejemplar con el fin de darle a Cee y Robbin la oportunidad por la que lucharon y nunca llegaron a conseguir. Era un gesto amable después de todo el dolor causado. Tal vez buscaba así el perdón de sí misma, poder morir tranquila tras una vida plagada de arrepentimiento y guerra.


La señora Tallis se puso su falda nueva y una camisa azul. Se acercó al mueble del recibidor y sacó de una bombonera un bote de barbitúricos que metió en el bolso, junto a su obra. Calzó sus tacones de charol, descolgó el gabán del perchero y salió del apartamento, dirigiéndose a su última entrevista.


Atonement

Because the night belongs to lovers

Esta noche pertenece a los amantes.
A los amantes que encuentran el brillo de la luna en unos ojos pardos.
A los amantes que estudian en astronomía la distribución de los lunares de una espalda.
A los amantes que olvidan el tiempo y pueden experimentar una eternidad en lo que tarda un cometa en cruzar el cielo.
A los amantes de las supernovas en su corazón cuando éste late.
A los amantes que ya se han encariñado con una estrella y a los que aún deambulan por el espacio.

Because tonight there are two lovers.

8.9



Cuando las puertas del ascensor se abrieron, dio una última calada y tiró el cigarrillo al suelo. Lo apagó pisándolo con la punta de su pie derecho. Entró y tras pulsar el botón de la penúltima planta se giró y aflojándose el nudo de la corbata sonrió al botones que le miraba con asco por haber dejado aquella quemadura en la alfombra.
Se abrieron las puertas y en tres pasos se situó en frente de la barandilla. Se agarró a ella con las dos manos echándose levemente hacia atrás. Exhaló suavemente aire cerrando los ojos, luego recuperó el equilibrio.
Observó la vida nocturna desde aquellos cuarenta metros de altura. Prefería los sesenta, pero en aquella planta había menos muchedumbre. Además, para escapar de la rutina aquello le servía perfectamente.
Sacó los auriculares del bolsillo de la gabardina, los desenredó y los conectó. Sonó de forma aleatoria Don´t let me down. 
La barandilla comenzó a temblar. La sacudida aumentó e hizo que el muchacho cayera al suelo. Se levantó como pudo y se agarró a la barandilla, escuchó los gritos. Tanto de los turistas en las plantas superiores como  del gentío que paseaba por la ciudad.
Corrió como pudo al interior, donde encontró a una joven tirada en el suelo, observando a través de la cristalera las consecuencias del seísmo. Le tendió la mano ayudándola a incorporarse, y no la soltó, ya que por si sola no era capaz de mantenerse en pie.
Se derrumbó un edificio a lo lejos.
Una ola gigante comenzó a cubrir la costa.
La chica ya temblaba por si sola.
A los cinco minutos ya se habían tirado tres personas desde lo alto del edificio.