8.9



Cuando las puertas del ascensor se abrieron, dio una última calada y tiró el cigarrillo al suelo. Lo apagó pisándolo con la punta de su pie derecho. Entró y tras pulsar el botón de la penúltima planta se giró y aflojándose el nudo de la corbata sonrió al botones que le miraba con asco por haber dejado aquella quemadura en la alfombra.
Se abrieron las puertas y en tres pasos se situó en frente de la barandilla. Se agarró a ella con las dos manos echándose levemente hacia atrás. Exhaló suavemente aire cerrando los ojos, luego recuperó el equilibrio.
Observó la vida nocturna desde aquellos cuarenta metros de altura. Prefería los sesenta, pero en aquella planta había menos muchedumbre. Además, para escapar de la rutina aquello le servía perfectamente.
Sacó los auriculares del bolsillo de la gabardina, los desenredó y los conectó. Sonó de forma aleatoria Don´t let me down. 
La barandilla comenzó a temblar. La sacudida aumentó e hizo que el muchacho cayera al suelo. Se levantó como pudo y se agarró a la barandilla, escuchó los gritos. Tanto de los turistas en las plantas superiores como  del gentío que paseaba por la ciudad.
Corrió como pudo al interior, donde encontró a una joven tirada en el suelo, observando a través de la cristalera las consecuencias del seísmo. Le tendió la mano ayudándola a incorporarse, y no la soltó, ya que por si sola no era capaz de mantenerse en pie.
Se derrumbó un edificio a lo lejos.
Una ola gigante comenzó a cubrir la costa.
La chica ya temblaba por si sola.
A los cinco minutos ya se habían tirado tres personas desde lo alto del edificio.

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