Caída (libre y perfecta)

Había gotas que resbalaban. Otras parecían quedarse pegadas a mi chuvasquero y no caer.
La lluvia pronto se volvió aguanieve. El frío consiguió calarme.
Miré la caída que ante mí se exhibía. Había una roca enorme al final. Era un acantilado precioso y muy alto, la verdad esque la elección había sido acertada.
Me despedí del azul celeste del chuvasquero, de la lana acogedora del jersey y de las flores estampadas de mis botas de agua.
Dí un paso. Dos. Al tercero ya no pisaría rocas, o musgo, o tierra.
Decidí dar un pequeño salto en vez de seguir paseando.
Alcé los brazos. Abrí con esfuerzo los ojos.
Mi coletero salió volando, y el recogido se esfumó. Pero el pelo no llegó a  rozar mi cara, iba demasiado arriba.
Notaba latigazos de algunas ramas o de hojas que viajaban entre el viento, y también pinchazos de las gotas de lluvia clavándose en mí.
Las olas que rompían ya me salpicaban.
Ví la roca enorme, y el estado de shock frenó levemente el dolor.

Grease

Empapé el pincel en el contenido de aquel bote sin fondo. Lo saqué y lo sacudí frente al lienzo. Y voló la brillantina.
Se respiraba brillantina.
Se sangraba brillantina.
Se escupía brillantina.
Y la gravedad se esfumó. Los colores fluían sin rumbo por el estudio.
En realidad no le afectaba nada. Si algo se interponía en su camino ella lo traspasaba, cual fantasma (brillantina fantasmagórica).
Cuando me dí cuenta, había invadido la habitación. La sensación era la de encontrarse en la nada, en una nada de colorines.
El último brillantito salió del bote. Y fue entonces cuando todo volvió a su origen. Una enorme fuerza atrajo al color y a mí al bote sin fondo.
El último brillantito volvió al bote y depués de eso, llegaba mi turno. Pero el bote había llegado a su límite y la gravedad decidió volver. Yo que me hallaba flotando cerca del techo caí precipitadamente, sin darme tiempo a reaccionar poniendo rodillas y manos para no hacerme daño.
El golpe me hizo sangrar, pero esta vez la sangre ya no era ni bonita ni brillante.
Todo volvía a ser del color de la realidad. Todo dejó de ser bonito y brillante para volver a ser real.


He aquí la gracia: no hay coherencia ni cohesión.

He aquí la gracia:

No hay coherencia ni cohesión. Un urra a la palabrería.
Esta noche llevará su disfraz de pecadora, lista para volver a amar una noche. Pero no se pondrá guapa para su amante, seducirá al corazón que rompió hace unos días, con la intención de provocar celos. No se detendrá hasta que encuentre el verde amargo de la envidia.

Alicia sin un país.

Sin cartas que le atrapasen con sus corazones o picas. Sin una reina que corte cabezas a diestro y siniestro. Sin un conejo tardón. Sin té, ni sombrerero, ni liebre, ni ratón. Sin Twin y sin Twan. Alicia sin un sueño. Alicia sin ser de Disney o de Lewis Carrol. Alicia con un final triste. Alicia en la realidad.

Anonadada

Me encontraba llorando en mitad de una estación de tren, aún quedaban dos horas para que llegase el mío, pero no quise quedarme en la cafetería más tiempo. Después de que aquel chico me hubiese dicho que asesinaron a mi padre paré de procesar la información en mi cerebro, me quedé totalmente en blanco, sin pensar absolutamente en nada, oyendo sin escuchar. Comenzó a hablar el otro, me estaban asegurando que no era cierto que mi padre hubiese muerto por accidente cuándo venía a verme, que alguien lo había planeado, que aquello había sido un asesinato en toda regla. Comprendí que sabían de lo que hablaban.
Antes de irse, el chico del tupé arrancó una servilleta, anotó en ella una dirección y me la acercó. Se levantaron y uno de ellos me acarició el hombro en señal de apoyo. Yo le aparté furiosa la mano y me quedé mirando fijamente a la servilleta unos diez minutos, después de que se fueran. Metí la servilleta en un bolsillo y luego saqué tres euros del otro, los puse sobre la mesa y me fui sin acordarme de despedirme de Pablo.

La gente pasaba y me miraba, por que no tenía suficiente fuerza para aguantar mis lágrimas. Decidí bajar la cabeza y así dejaría de notar las miradas curiosas, sólo vería los zapatos de los viajeros. Pero unos pies se quedaron plantados frente a mí, cuándo me di cuenta de que no se iban a mover de allí alcé la cabeza para ver el rostro que les correspondían a aquellas piernas. La cara que vi fue la de mi padre.

Despeguen.

A la velocidad de la luz, o a la del sonido.
Despeguen hacia el infinto, o hacia la zona cero si lo prefieren.
Hagan de su viaje su sueño, el sueño de su vida. O a lo mejor quieren hacer de él un infierno, y que acabe con muerte súbita.
¿Les gutaría más un viaje por el universo o conocer la Tierra entera?
De todas maneras da igual, el caso es que viajarán.
Bienvenidos a bordo. Bienvenidos a su vida.

Cheers

Un brindis. Por todo lo vivido. Por las risas y los gritos. Por los recuerdos que nunca se borrarán.
Recuerdos de una noche de verano en una casa ocupada por adolescentes, adolescentes sin ganas de dormir.
Recuerdos de tardes llenas de conversaciones sin sentido para mí. ¡Un brindis por esas conversaciones! Que se acabarán cuándo me lea todos los cómics que me tenga que leer y me vea todas las películas que me tenga ver.
Recuerdos de enfados, de tristeza... recuerdos que olvidar. Brindo por saber llevar tan bien algunas cosas.
Y pensar que todo empezó con un San Juan y su respectiva hoguera. Brindo por el verano.

Quisera cambiar el mundo.

Sin necesidad de super poderes. Que con los pequeños detalles baste, que con las buenas acciones que haga la gente, el mundo se vea reconfortado.


Are we human? or are we dancers?

Dos hombres

Me miraban, fijamente, y ya llevaban un rato. Estaba segura de que era a mí, los de la mesa de atrás ya se habían marchado. Me dieron miedo aquellos dos chicos, pegados a la ventana con descaro y gafas de sol, pero hice caso omiso y seguí haciendo barquitos con las servilletas. Uno llevaba el pelo castaño repeinado a lo Jhon Travolta en Grease, el otro no podía, tenía el cabello negro muy corto. Los dos llevaban traje, por un momento me recordaron a la película Men in Black.
Despegaron su cara del cristal y resoplé mi tranquilidad. Pero no pude evitar abrir la boca cuando los vi entrar por la puerta. Giré la cabeza y crucé los dedos para que no se acercaran. Volví a mira atrás y venían en mi dirección, rodeados de miradas de la clientela. Se sentaron en las dos sillas libres que había delante de mí.
Se quitaron las gafas y el del tupé intentó hablar, pero Pablo vino a interrumpirle.
-¿Quieres algo más..- dijo saliendo de detrás de la barra. Ya pegado a mí añadió:-.. que los eche?
-N..no.- La voz y las manos me temblaban, los barquitos de papel se caían de entre mis dedos. Me esforcé y me relajé para mirar a mi amigo con tranquilidad.- Gracias.
Una vez que Pablo se fué, el del tupé abrió la boca de nuevo.
-Se dice que tu viejo ha muerto.- Lo dijo en tono de voz normal, y pese al silencio de la cafetería probablemente sólo yo lo escuché.
Apreté los labios y después de cavilar le pegué fuertemente en la cara.
Las miradas de la clientela se clavaban en mi cuerpo.
-Es normal.-dijo ante mi reacción. Hizo una pausa larga.- Pero bueno, no estamos aquí por que hayamos escuchado que haya muerto. Estamos aquí por que oímos que se lo han cargado.

Impulso estúpido


¿Cómo describirlo? Creo que lo mejor para que os hagais una idea sería decir que lo veía todo en blanco y negro. Y un buen día distinguí algo fugaz y rojo en la estación de trenes, manchando mi mundo.
Creo que estaba esperando a alguien, pero aquel caos me trastornó, subí las escaleras cómo una idiota, tropezándome hasta con el aire, siguieno aquella mancha. Cuando tuve que girar a la izquierda resbalé, y caí a sus pies, a los pies de la persona que se hallaba bajo aquella gorra roja.
-¿Estás bien?
¿Se estaba preocupando por mí? Si me hubiese pasado eso en el instituto me habrían blasfemado algo, o se habrían burlado de mí. Pero desde luego no se interesarían por mi estado ante aquella brutal caída.
-Sí. Per.. perdona.
-¿No te duele la rodilla? ¡Te sangra muchísimo!
Vaya. Era cierto que me sangraba, pero no me dolía. Ahora mismo no pensaba en el dolor, pensaba en por qué había tenido ese impulso de correr tras aquel chico. ¿Destino? No, aquello del destino me parecía una bobada. ¿Quizá casualidad? No, tampoco creía en las casualidades.
Él me ayudó a levantarme, con sumo cuidado, cómo si fuera muy frágil.
-¡Ay!- grité.
-Creo que te has torcido algo, será mejor que te sientes.- Rebuscó en su alrededor y dió con una cafetería.- ¿Vamos a ese bar?
-No por favor, seguro que tienes algo más importante que hacer que preocuparte por mi estado.
-La verdad es que no, estaba dando un paseo. Y..
-¿Por la estación?- le interrumpí.
-Sí. Y, además, no todos los días cae una chica a mis pies.

Otra vez en la azotea.

Conservando tu jersei tres tallas más grande que el mío, gracias a él conservaba también algo de calor en mi cuerpo. Acostumbrada a tener siempre alguien abrazándome, ahora tenía frío siempre. Y siempre estaba sóla, en aquella azotea altísima desde dónde, ya como rutina, hacía amago de tirarme, sólo para escuchar tu voz susurrarme entre la brisa marina, hablando desde las tinieblas.

Entre la habitación, tú.

Entre la penunmbra está medio cuerpo, y la mitad que falta, debajo de mis sábanas.
Entre sus labios se pierde mi café, se pierde y arde.
Entre sus dedos de la mano derecha sujeta el asa de mi taza. Entre los de la izquierda, reposa mi mano.
Entre mis huesos siento su calidez.
Pero es entre su mirada donde se esconde su peor arma.

Un simple cambio.

Allí estábamos. La guitarra, tú y yo. La guitarra estaba en tu regazo, dejando que de vez en cuando algunas notas se escapasen. Nosotros estábamos sentados en mitad de la carretera, si alguno de nuestros padres pasara por allí nos gritaría hippies de mierda. Pero nadie se atrevía nunca a interrumpir la soledad de aquel asfalto pedregoso, más que nosotros. Tú te sentabas a un lado de la línea discontinua y mal pintada, yo al otro. Y un sonido acústico comenzaba a llenar e invadir mis oídos.

Ahora el asfalto es uniforme, la línea ya no tiene imperfecciones y los coches pasan a más de 100 km por hora. Odio la actual autopista. La música de tu guitarra ha sido substituída por la contaminación acústica de los coches. La calidez de tus ojos color miel ha sido substituída por las manchas de colores de coches, pasando a una velocidad extrema.

Cálculo.

-Háganme un favor y calculen.
Calculen la velocidad de la bala que rompa su ventana cuándo el francotirador apriete el gatillo.
Calculen las plantas que hay que caer para estamparse contra el asfalto o, cuántas personas aplastarían.
Calculen los pisos que bajar para encontrarse en el portal la persona más querida.
Ahora mediten.
Mediten si sería mejor que les matasen.
Mediten si prefieren suicidarse.
Mediten si quieren seguir viviendo.
El hombre trajeado tiró su cigarrillo aún encendido desde la azotea en la que nos encontrábamos. Aún sin asimilar la situación conseguí reunir el valor suficiente para preguntar.
-¿Cuales son las consecuencias de la tercera opción?


La memoria, que esté a buen recaudo.

Estaba en la esquina del parque, tirada entre el césped y bajo un árbol. También en la plaza, disfrazada de ninja asustando a los niños. A veces incluso la veía salir del lago, de ese que estaba frente a nuestro banco, del que tiene muchos patos. Salía enfadada porque yo la había empujado.
Puse las piernas sobre el banco, apoyé mi brazo izquierdo en el respaldo, palpando la placa con su nombre, y guardé la memoria en el corazón.

Nada abstracto.

¿Y si nuestras ideas, recuerdos y personalidad no fuesen más que reacciones químicas en el cerebro?

A la defensiva

Es difícil hablar ya. Ahora hay que medir cada palabra, cada tono y cada gesto.
Te muestras a la defensiva cada vez que hay algo que no te gusta. Piensas que la gente te ataca constantemente.
Y es dificil de asimilar.

Yo pinto mi mundo


A L P I N O


-Cada uno pinta según sus valoraciones.
Esto no me gusta, pues de negro.
Esto es perfecto, lo veo todo de color rosa.
Hay quien lo ve a blanco y negro, sin grises.
Personalmente, mi mundo es granate.
¿Cómo sería un mundo sin pintar?

-No te pierdes nada, muchacho.- dijo el ciego.

Maldad.

Sé que tu corazón late, pero no late en tu pecho, en tu pecho sólo hay un agujero. Un agujero negro que todo lo atrapa y nadie sabe realmente qué hay en su interior.
Tu pecho está abierto y de él salen borbotones de maldad.
Tus ojos clavan miradas asesinas en mi cuerpo.
Tus palabras acaban causando un pitido en mi tímpano que me hace ensordecer.
Sorda, escucho tus palabras pero no las oigo.
Sólo noto el odio.
Sólo noto el rencor.



Al agua y:

Cómo si estuviésemos sumergidos en champán las burbujas subían. Nos rodeaban, nos espiaban y luego subían.
Yo me emborrachaba de tu belleza. De tus ojos y de tu mirada. De tu pelo rojo y de tu bikini rojo. De la luz que bañaba tu piel.
Los besos no se piden, se dan o se roban.
Me emborraché de tus labios y del beso que te robé.
Nudos bien atados se forman en la garganta.
El odio devora a un tiempo.
La metamorfosis se abre camino en el estómago.
Cierta rabia ahoga la felicididad.
Abrazos se hacen infinitos.
Palabras se callan para no fallar.
Love is not about how much love you have in the beginning but how much love you build till the end.

-Anónimo

Los mounstruos son reales, y los fantasmas son reales también. Viven dentro de nosotros, y a veces, ganan.

-Stephen King

Equivocados

Eran imposibles, sin un futuro claro.
Todo comenzó a ser raro, triste.
Los dos lo prometieron, los dos se equivocaron.
Crearon abrazos vacíos y mundos a parte.
Rotos, miedo y odio al encontrarse.
Se quedaron sin ese aire.
Él pedía que se nublase la mirada y ella no pedía casi nada.
Pero el miedo les consigue, el recuerdo les persigue.
Sin escuchar. Sin insistir.
Inundando ojos.
Cayendo.
Sufriendo.
Dos extraños jamás olvidados.