Anonadada

Me encontraba llorando en mitad de una estación de tren, aún quedaban dos horas para que llegase el mío, pero no quise quedarme en la cafetería más tiempo. Después de que aquel chico me hubiese dicho que asesinaron a mi padre paré de procesar la información en mi cerebro, me quedé totalmente en blanco, sin pensar absolutamente en nada, oyendo sin escuchar. Comenzó a hablar el otro, me estaban asegurando que no era cierto que mi padre hubiese muerto por accidente cuándo venía a verme, que alguien lo había planeado, que aquello había sido un asesinato en toda regla. Comprendí que sabían de lo que hablaban.
Antes de irse, el chico del tupé arrancó una servilleta, anotó en ella una dirección y me la acercó. Se levantaron y uno de ellos me acarició el hombro en señal de apoyo. Yo le aparté furiosa la mano y me quedé mirando fijamente a la servilleta unos diez minutos, después de que se fueran. Metí la servilleta en un bolsillo y luego saqué tres euros del otro, los puse sobre la mesa y me fui sin acordarme de despedirme de Pablo.

La gente pasaba y me miraba, por que no tenía suficiente fuerza para aguantar mis lágrimas. Decidí bajar la cabeza y así dejaría de notar las miradas curiosas, sólo vería los zapatos de los viajeros. Pero unos pies se quedaron plantados frente a mí, cuándo me di cuenta de que no se iban a mover de allí alcé la cabeza para ver el rostro que les correspondían a aquellas piernas. La cara que vi fue la de mi padre.

No hay comentarios: