Bum

Miedo, éso era lo que sentía, auténtico terror. Agarraba el maletín con fuerza mientras buscaba su asiento. Era tal el temor, que caminaba torpemente por el pasillo, dando al resto de pasajeros con la bolsa de deportes que colgaba del hombro. Cuando dio con su sitio, colocó con miedo el maletín en la tabla astillada que hacía de mesa, mirando a un lado y a otro, cercionándose de que nadie lo podía coger sin que él se diese cuenta -aunque ni el más codicioso ladrón quería hacerse con aquel maletín andrajoso-.
De repente, y abstrayéndolo de sus pensamientos, salió una joven de la nada. Una joven del todo normal, una viajera del tren como otra cualquiera. Quizás se distinguía del montón por aquel toque de amabilidad desinteresada.
-¿Le ayudo con la bolsa?
-Gracias, gracias- balbuceó  tratando de evitar el tartamudeo que el nerviosismo y el agobio le producían constantemente.
La joven dejó  rápidamente sus pertenencias en el asiento que le correspondía para colocar la bolsa en la repisa. Él hacía bastante tiempo que vivía encorvado, con un poco de chepa, por lo que realmente necesitaba ayuda.
Coincidieron sentados el uno enfrente del otro durante todo el trayecto. Ella se sumergía de lleno en un libro mientras él se mordía las uñas y movía repetidamente la pierna. No paraba quieto. De hecho, resultaba un mérito que la joven consiguiese centrarse en la lectura, ya que, además, dos asientos más atrás se sentaban dos niños de no más de seis años y su madre -que tanto daba que estuviera como si no-, el jaleo de aquellos torbellinos era insufrible. Los dos pequeños gritaban y se quejaban para después llorar, pero como sus caras eran de angelitos pese a chillar como diablos, nadie abría la boca, ni siquiera la madre.
En verdad, la situación era más que horrible, entre chillidos, asientos incómodos y crujidos del tren su nerviosismo aumentaba. Incluso le aborrecía el paisaje, de tierras llanas, no había absolutamente nada más que campos y campos de trigo. Solamente mirar de reojo a la joven le relajaba un poco. Poseía una mirada alegre en aquellos ojos expresivos, parecía despreocupada de la vida entera, y, de alguna manera, era capaz de transmitir aquel sentimiento. Seguro que se trataba de una gran persona. Tanto lo creía así, que comenzó a plantearse iniciar una conversación. En vez de eso, decidió irse al baño, con la pequeña esperanza de que el zumbido constante del tren desapareciese. Cogió el maletín y se levantó, haciendo malabarismos para conseguir salir del rincón que quedaba entre la tabla de madera y el asiento. La joven lo miró durante una milésima para ensimismarse de nuevo en su libro, él guardó aquella mirada.
Volvía a verse caminando a trompicones por el pasillo. Tardó unos cuantos vagones en encontrar el baño, pero al fin consiguió encerrarse en aquel medio metro cuadrado. Abrió el maletín a duras penas y sacó de él su cometido. Comenzó por dar un largo suspiro y luego sacó de otro compartimento del maletín unos alicates y unas pinzas. Las manos le dejaron de temblar una vez se concienció de que aquella misión era el propósito de su vida. Ya lo tenía bien claro cuando a la mente le llegó de nuevo la mirada de la joven. Después volvió la imagen de aquella sonrisa amable permanente. Respiró de nuevo bien fuerte y conectó el último cable, provocando la explosión tan deseada, tan ruidosa, tan dolorosa. Acabando con todo.
No obstante, daba igual. Daba igual el tren, el kamikace, la joven, su libro, los dos querubines, su pesada madre e incluso daba igual la enorme explosión. Comenzaba una guerra.

Señora noche

Noche sola. Cual luna. ¿Dónde se esconderá el sol?
Noche larga, con camas pequeñas, con dos camas vacías.

Hablar con la vida

-Por favor, limpia.
Por favor, recoge.
Por favor, ordena.
Por favor, estudia.
Por favor, ven.
Por favor, tráeme.
Por favor, dame.
Por favor, escribe.
Por favor, borra.
Por favor, vuelve a escribir.
Por favor, no salgas de aquí.
Por favor, sal a jugar.
Por favor, llora.
Por favor, duerme.
Por favor, ríe.
Por favor, sueña.
Por favor, grita.
Por favor, susurra.
Por favor, abrígate.
Por favor, apaga la luz.
Por favor, enciéndete.
Por favor, relájate.
Por favor, diviértete.
Por favor, vuelve a estudiar.
Por favor, ríete más, que lloras poco.
Por favor, canta.
Por favor, no desafines.
Por favor, déjame.
Por favor, vuelve.
Por favor, cuéntame un chiste.
Por favor, dame un empujoncito.
Por favor, baila.
Por favor, tírate.
Por favor, cáete.
Por favor, corre.
Por favor, ahora camina.
-Por ti lo que sea, vida. Que el tiempo contigo, se me pasa volando.

Reducción al absurdo

Está todo tan podrido que las mariposas parecen sosas.
Pero a la noche, mariposas saladas.
Fiebre en la ciudad.
Neón de luces, luchando con el brillo de la luna.

Luego de nuevo, muerte al mediodía
de un corazón
sin dueño fijo
que busca ladrones,
o quizá al mejor postor.

Alguien lo levanta
hacia el cielo despejado,
donde el sol reina.
El sol arde, el cielo arde.
Juntos hacen arder.
Ya tenemos un corazón fogoso.

Es una muerte continua. Una llama continua.
Parece un San Juan infinito. Y el San Juan se celebra.
Ya tenemos un corazón en fiesta.

Verano

Estoy casi segura de que me he enamorado de Verano. Lleva un año detrás de mí, aunque, en cierto modo, eso ha sido culpa mía por no sacármelo de la cabeza.
Vuelvo a creer que es mi príncipe azul. Y digo vuelvo porque esta no es la primera vez que me fijo en Verano, ¡ya van muchos años! Y siempre igual, el príncipe azul se convierte en marrón cuando llega Otoño.
Otoño es el mejor amigo de Verano. Bueno, digamos que es su sombra, su perrito faldero. No sé por qué, Otoño siempre va detrás de Verano. Es un tipo paliducho, con aire tristón y un tanto frío al hablar. Este carácter parece una enfermedad de la que Verano se contagia. Además, siempre lo hace llegado más o menos septiembre, debe de ser algo parecido a la gripe. 
Lo lógico, sería aprender de los errores y no tropezar dos veces (o más de diez) con la misma piedra , pero he de confesar que soy una romántica. Adoro cuando Verano me salva de entre las garras de Invierno, un matón que siempre está a la salida de clase. Me encanta cuando me envuelve en un abrazo cálido, o cuando me dice que estoy preciosa con camisetas de tiras y pantalones cortos. Sin embargo, si hay algo que me enamora de Verano, es su forma de conquistarme. La noche del 23 de junio, él prepara una fiesta a la luz de un montón de hogueras, y ésa noche siempre me ronda, lo tengo pegado a mí. Noto su calor, su olor característico. Consigue sacarnos una sonrisa y varias carcajadas a lo largo de la noche a todos. Pero a mí, concretamente, siempre me obliga a dar un paseo por la orilla. Y es cuando me convence para meter los pies en el agua cuando sé que no hay vuelta a atrás, que vuelvo a ser la loca enamorada de Verano y que, de nuevo, he olvidado todo lo aprendido durante el año anterior.

Saludos y avisos

Al fin de vuelta, con una sonrisa y menos nervios. O con más, por la euforia que las vacaciones causan.
¡Cómo se echa de menos escribir! Tan prescindible, tan innecesario, tan fácil que parece y sin embargo, aporta una sensación única. Aviso a navegantes: ése hobby o hábito tan necesario se pierde en segundo de bachiller. Al menos a partir de semana santa. Acabas vomitando tantas palabras en comentarios críticos e históricos, que ya solo te queda bilis para escupir en el blog o en el cuaderno y piensas "pa qué", ya se molestará a la Red con 140 caracteres en Twitter.
Qué agobio segundo, qué llorera, qué rabia y cuántos suspensos. Hay que saber llevarlo. Si bien a uno no le da tiempo a desahogarse en Dieguitos y Mafaldas, siempre existirán otros con tiempo para los demás. Aunque no ofrezcan un hombro en el que llorar, ofrecerán un bocata, una sonrisa o una porción de pizza.
Ha sido un año agotador, pero con su recompensa, con su Mallorca. Mucho se aprende en un curso así, y no solamente de profesores. Hubo baches, altibajos. Y puedo decir con gran orgullo que se consiguen superar todos. Fue un curso de estudiar, de encerrarse a estudiar más bien, y la consecuencia no es otra que aprender a levantarse solo, a llorar durante un buen rato para luego dar otro paso más hacia delante. Ante todo, nunca lo olvidaré. 
Después de este desahogo y de esta advertencia, tengo la esperanza de que la autoescuela u otros  martirios no me quiten tiempo de escribir más entradas que, espero, sean más entretenidas (o legibles, ya puestos).

Con I

Ese momento en el que buscas a Inspiración y no das con ella.
Vas al cajón donde debería estar y no la encuentras. 
Te sientes ya inútil. Debe de estar tan cerca que te morderá de un momento a otro, pero no muerde, ni la ves.
Como último recurso te acercas al cajón desastre. Al no aparecer ahí ya desistes, te sientas frente al ordenador y pasas el tiempo.
Mientras se escucha muy bajito, escondiéndose, una risa de niña. Es Inspiración que junto con Inocencia juega en el baúl de los recuerdos sin que nadie las moleste.



Pongamos que hablo de Madrid

Saliendo de las afueras, entrando en la ciudad, nos llegaba la oscuridad. Nos envolvió una nube, no negra, sino marrón. Y por un momento, hasta yo me sentí en obras.