El club de la lucha


Nunca pensé que aquella iba a ser la solución a mi estrés y, por qué no, a mi insomnio.
Resoplaba y cogía luego oxígeno con todas mis fuerzas, ardiéndome así los pulmones. Notaba la sangre y el sudor mezclados en mi pecho, la sangre no era sólo mía, la mitad era de mi contrincante. Sentía los huesos rotos y los hematomas que se iban formando por todo mi cuerpo. Casi no podía abrir mi ojo izquierdo, probablemente acabase perdiendo visión.

Le quité a uno de los miembros la botella de cerveza y bebí un trago para refrescar mi garganta. Cuando conseguí un buen ritmo de respiración saqué un cigarrillo de la cajetilla que llevaba en el bolsillo del pantalón. Después de dar una calada y expulsar el humo le tendí la mano a mi compañero para ayudarle a levantarse.
Aquellas peleas nos hacían descargar toda nuestra ira acumulada durante la semana.
Era adictivo, no había centro de rehabilitación para los yonquis del club de la lucha.

Shakespeare in love


No podía mirarla a sus ojos de color azul claro porque estaba bailando de espaldas a él, así que miró su peinado medieval que hacía aún más atractivo, si cabe, su pelo rubio y dorado.
Siguió su vestido verde, cambiando de pareja dos o tres veces cómo el protocolo indicaba, hasta que llegó a ella. Sus ojos azules no se podían describir ni con el mejor de los sonetos y su mirada era imposible de rimar. Sonrió alzando levemente las comisuras de sus finos labios rosados, dejando entrever unos dientes comparables con perlas. Entrelazaron sus manos derechas y comenzaron a dar vueltas lentamente olvidándose de su alrededor.

Eres William Shakespeare…

Deseó saborear su voz de lo dulce que era.

… ¿El poeta se ha quedado sin palabras?

Podría haber sido peor.

Pero hubieses derramado también un cuarto de litro de lágrimas.
Porque el dolor no se puede comparar.
Porque hay gente más sensible. No hay una escala de mayor a menor dolor dónde diga cuánto puedes sufrir.
Sufrirás lo que tu personalidad quiera, sufrirás según el amor que sientas.
Pero hay un punto que se le escapa a algunos, no es lo mismo víctima que victimista.

P de pregunta.

¿La destreza escribiendo se adquiere junto con la depresión?

Lágrimas

Las lágrimas se me escapaban. Sabía que era fuerte, pero ante aquella situación sólo pude derrumbarme. La voz de mi madre se oía por el móvil angustiada. No podía ni siquiera con el peso del móvil, lo había dejado hablando sólo tirado en el suelo. No me acuerdo muy bien cómo yo también me fuí escurriendo por los barrotes hasta caer en las baldosas frías de la terraza, supongo que ante el temblor de mis piernas el equilibrio se esfumó. Pensé en todos los momentos con él, en cada uno de los años, en cada una de las Navidades, en cada año nuevo, en cada cumpleaños, en cada desayuno, comida y cena, en cada beso de buenas noches, en cada bronca y en el vacío que había dejado ahora en mi corazón.
Todos habían hecho un círculo a mi alrededor, algunos agachados, otros aún en pie, pero todos desconociendo lo que mi madre había dicho en la llamada. Mi mejor amiga cogió el móvil y se escapó un momento supongo que para hablar con mi madre y decirle que la llamaría luego. Volvió con cara congestionada y me abrazó, noté cómo sus lágrimas aparecieron y comenzaron a escurrirse por mi nuca. Ella me intentaba consolar, pero no distinguía ninguna palabra, sólo escuchaba la voz de mi padre en los recuerdos.
Mi amiga le comentó algo a los demás y se fueron de la terraza. Yo me quedé abrazada a ella, con los ojos muy abiertos, entre sollozos y respiraciones entrecortadas.
-Tu madre vendrá a buscarte en unos minutos.-Debió de pensar que estaba más calmada y por eso me lo dijo. Pero la verdad esque mi madre era la persona a la que menos me apetecía ver en esos momentos.

Esa noche sólo llevó a tres mejicanos bien vestidos y muy borrachos. (Butch Coolidge)

Entró en el taxi y balbuceó entre nerviosismo puro la dirección. Su calva brillaba del sudor, y también sus bíceps y demás músculos cuándo se quitó la bata de boxeo dorada. La taxista dio una calada antes de coger el volante, dejando en el cigarrillo la marca del pintalabios rosa. Miró por el retrovisor y vio al joven quitarse los guantes de boxeo y tirarlos por la ventanilla. Apagó la radio y se mordió el labio inferior.
-¿Es usted?
Sin parar de desahacerse de casi todo lo que llevaba encima contestó.
-¿Si soy yo quién?
-El boxeador. El que mató a uno.
Dejó lo que estaba haciendo y se acercó al asiento del conductor.
-¿Quién dice eso?
-Lo dice la radio.
La chica se moldeó un poco sus rizos castaños y siguió preguntando, esta vez con más euforia.
-Dígame, ¿cómo se siente uno al matar a alguien?
Caviló un poco, pensándose la respuesta.
-Déme uno de esos cigarrillos y le contestaré.
Apuró la cajetilla y sacó un pitillo. Él lo atrapó directamente con sus labios. La taxista sacó de su gabardina un mechero y se lo acercó.
Tras exhalar todo el humo por la ventanilla se fijó en la tarjeta con los datos de la chica.
-Está bien...Esmarelda. ¿No eres de aquí verdad?
-No. Soy cubana. Pero dígame cómo se siente.- realmente le parecía una experiencia fascinante la que aquel hombre acababa de tener.
-Realmente yo no sabía que lo había matado cuándo escapé del ring. Pero, ahora que lo sé.. -dió una calada más rememorando el combate. Recordando cada golpe y cada paso.- no me da ninguna lástima.

Y se hizo la luz.

En el hipotético caso de que esto no hubiera ocurrido, de que no hubiese sol ni  luz lunar... ¿podemos imaginar eso? Yo sólo puedo imaginar negro. Sobre ese negro siluetas negras, de personas, de animales, de viviendas. Negro de aire, negro de agua y negro de fuego. Negro sobre negro no se distingue, la verdad que es difícil de imaginar.
A veces la oscuridad me da miedo, otras me da cobijo. Ella navega por mis lágrimas y sale más tarde a flote entre mis párpados, lo veo todo negro. Pero me acoge entre sus sombras, en esos momentos me encuentro en un lugar donde es todo negro sobre negro. Os digo que no está tan mal, que se puede vivir sin luz.

Tartas.

Nos hayábamos entre edificios, buscando el final del callejón. Pregunté con una esperanza clara en mi voz: 
-¿Falta mucho?
-No. Estamos llegando.
Mi amiga no era una mentirosa, pero en ese momento no quería decepcionarme. Supongo que esa fue la razón de ponerme a pensar en tartas, tenía mucho camino por delante.
Para que la tarta salga de buen diente, hay que elaborarla con cuidado, hay que esperar a que la levadura actúe y eso lleva su tiempo. Tiempo al tiempo.
-¡Ey Marco! ¿Y tú por aquí?
Las piernas me temblaron. Aún no tenía la masa de la tarta hecha, no podía meterla en el horno así. Intenté sonreír pero los dientes me entrechocaban porque me había puesto a tiritar. ¿Qué hacer cuándo el tiempo se te adelanta?


10 razones para odiarte.

Cerré los ojos y me dejé llevar por el sonido de la Fender. Distinguí cómo rasgaba las cuerdas al ritmo de shine on your crazy diamond. Era fantástico, era una fantasía que se hizo real. Su púa alternaba las cuerdas lentamente (aún nos encontrábamos en el principio de la canción).
Abrí los ojos y vi su pelo de rizos definidos y enmarañados. En mis pupilas se reflejaron sus pequeños ojos oscuros.
Su barba de tres días raspó mis labios cuándo me acerqué a su mejilla. Él sonrió y siguió tocando cómo si fuera un profesional, semejaba que se sabía la canción nota a nota.
-No puedes regalarme una guitarra cada vez que hagas algo mal.

Fuga


Abría el cajón para econtrarme los momentos grabados en las fotos, sacadas por mi antigua Polaroid.
Abría la ventana para que el viento me susurrara lo que el mar escuchaba allá por la costa.
Abría la puerta para que tu cuerpo se pegase al mío y bailásemos, al son del vinilo que hacía que el apartamento quedase invadido por corcheas.
Quisiera volver a aquel lugar.
Quisiera coger un tren exprés con destino mis recuerdos.
Quisiera darme a la fuga un ratito y rememorar los rincones que tú olvidaste ya.

Fantasías de los 16.

Si quiero ser tan alta cómo la luna, déjame mirarla y darme cuenta de que hay cosas imposibles.
Si no me gusta cantar sola, préstame un garaje para desafinar con mis amigos.
Si quiero la espada de Yoda, déjale demostrarme que para eso habría que librar batallas.
Si me gustó El Padrino, déjame jugar a crear una mafia con la familia Corleone.
Si no sé nadar, suéltame en el mar y deja que alguien distinto me socorra.
Si me gustan los cuentos de ciencia ficción, déjame tener fe en ellos.
Si tengo 16, déjame vivirlos.

Medias negras.

¿Me querrías si llevase unas medias negras? Si cruzase por un paso de cebra cerca de la estación. Llovería y yo no llevaría paraguas para que tú pudieras ser un buen caballero y me resguardaras. Te pediría fuego y los dos pensaríamos que con un colchón nos basta. Te daría la oportunidad de inspirarte un blues.


¿Y si las medias fuesen de rejilla?

Una de las muchas.

El olor de la crema hidratante invadía mi cara. La cafeína había surgido efecto y casi me impedía dormir. Sin embargo, me acordé de una situación parecida y empecé a soñar recordando.
Eran las 5 de la mañana ya hace unos años, atacada por el insomnio pregunté si hacíamos un puzzle. Me acerqué a mi habitación y lo saqué de mi baúl, volví a la de los invtados y ella ya estaba dormida. Menuda amiga, pensé. Dejé el puzzle e intenté dormir... no lo conseguí. Cuando ya me dolía el cuerpo de dar vueltas sobre un colchón duro decidí comenzar a dar codazos disimuladamente. Acabó despertándose, y yo pregunté como si no hubiese tenido nada que ver ¿Estás despierta?
Soñé con una noche de chicas hablando de chicos. Con una noche de secretos que aún no se pueden contar mezclados con una sinfonía de ronquidos de mi padre.
Me desperté orgullosa de mi memoria y de mis recuerdos.

¿Cuándo perdimos la sensibilidad?

Vemos en las noticias gente moribunda, llena de sangre y sin alguna extremidad y simplemente pensamos: qué mal está el mundo. ¿Porqué no nos retorcemos con empatía por su dolor? Quizás sea porque ya es algo normal, es algo natural que la gente muera.
Entre las palabras de la reportera escuché Al Qaeda. Supongo que matar es algo natural también.

¿Los Smiths?


No entendí muy bien lo que dijo, supuse que me saludó así que le susurré un hola. Abrí mi archivador y me puse a releer los informes que acababa de redactar.
Escuché algo a mi izquierda y me giré. Quité un auricular de mi oreja y me disculpé por no haber atendido a lo que ella me dijo.

Ah no... sólo estaba cantando.

Y comenzó a cantar con una voz que a mí me pareció celestial.

 I'm so sorry... Me encantan los Smiths.

Fue en esa fracción de segundo en la que me enamoré. En la que vi sus ojos azules y su sonrisa. En la que me fijé  en su ropa de los años 70.
Su pelo negro con flequillo recto y ondas se movió suavemente con ella para salir del ascensor.
Holy Shit pensé en alto.

Me gustan las venadas a las 6 de la mañana.

Me gusta tener el sabor del cloro continuamente en la boca.
Me gusta intentar hacer ahogadillas y salir perdiendo.
Me gusta divagar sobre expresiones cotidianas.
Me gusta pasar frío porque no hay toallas suficientes.
Me gusta ser la única que distinga la osa mayor y menor.
Me gusta ver amanecer por dos sitios a la vez.
Me gusta escalar de manera temeraria.
Me gusta ver Star Wars más amarillo de lo normal.
Me gusta quedarme dormida dos veces en una misma noche, en una postura incómoda porque somos demasiados para dos sofás.
Me gusta despertarme para enfrentarme en la cocina con la escoba.
Odio que alguien entre de improvisto en el salón y se ponga a gritar a las 11 de la mañana cuándo no he dormido más que dos horas.
Me gusta desayunar dos veces.
Me gusta fijarme en los distintos despertares de la gente.
Me gustó la acampadich. Adoré la acampadich.

Un tercero


-Imbécil, conozco la canción.- le dijo en un perfecto francés. El joven se asombró, pensó que era el prototipo niña rica que había salido a divertirse y él podía aprovecharse. Ante el error de su táctica, lo mejor sería utilizar una nueva.
-Oh, mis disculpas, pensé que eras una extranjera de esas tontitas.
-¿Ah sí? ¿Me ves cara de tontita entonces?- esto hizo que el chico se desconcertara.
-Emn.. no, no quería decir eso... am. ¡para nada!- se defendía mientras se sentaba disimuladamente al lado de ella.- Me parece... me parece que las pillas al vuelo... -Se rió y enredó un mechón del pelo de la chica entre sus dedos. Ella se apartó.
-¿Esque no lo ves? No me interesas chico.
-¿Seguro?- le susurró al oído. Con una mano sujetó las suyas y con la otra comenzó a toquetearle.
-¡Para!- gritaba ella apartándole y empujándole.
-¿Quién es éste?- un tercer personaje apareció en aquel rincón. Un chico de una constitución normal, no muy alto, pelo negro y corto, ojos pequeños y cara enjuta.

Vendetta

Tras la amenaza, sus hombres me acribillaron a balas vaciando el cargador. Dos de ellas me atravesaron, las demás sólo abollaron un poco el chaleco de metal. No pude evitar caer arrodillado, esperé dos segundos y volví a incorporarme.
-Ahora me toca a mí
Aparté mi capa negra con mi elegancia habitual y descubrí mis famosos cuchillos, comencé a lanzarlos y a atravesar órganos, músculos y huesos. Cómo prometí, me cargué a sus seis hombres antes de que pudiesen recargar sus armas. Cuándo llegué a él me disparó - ¡Muere! ¡Muere!- gritaba. De ésta vez me atravesaron las seis balas, la sangre salía a chorros pero se disimulaba entre mi ropaje negro y la oscuridad. Comenzó a sentir terror.
-¿¡Porqué no mueres!?
-Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso. Bajo esta máscara hay unos ideales, y los ideales, señor, son a prueba de balas.

Inception

Las proyecciones comenzaron a percatarse de nuestra presencia, ya nos habían calificado como intrusos de la mente de Fischer. Mientras notaba los ojos de las proyecciones clavándose en mi cara, notaba también los de Arthur clavándose en mi nuca.
-Nos observan.- comenté con sutileza.
Él apartó la vista de mí para fijarse en su alrededor y comprobarlo. Volvió a mirarme, ésta vez directamente a los ojos.
-Bésame.- concluyó tras ver el panorama. Sería un buen plan para distraerles un tiempo. Cerré los ojos y me acerqué, me besó suavemene, con una delicadeza máxima y pude saborear una gota del whisky que se había perdido en su labio inferior. Sólo duró unos segundos, y sin saber muy bien por qué, me quedé con ganas de más.
Me volví disimuladamente.
-Siguen observándonos.- dije sorprendida.
-Bueno, tenía que intentarlo de alguna manera.
 Apartó la vista y sonrió.
Levanté la sábana que en un pasado probablemente hubiese sido blanca, pero ahora mismo se mezclaban en ella sangre y mugre. Podría no haber pasado nada, podría ser que el cuerpo que había debajo no fuese el de ella. Podrían haberse equivocado, pero no lo hicieron. Reconocí su cara. Pese a las quemaduras, pese a a la sangre y pese a que sólo tenía medio rostro y ningún ojo, yo era capaz de recordar e imaginar su belleza en aquel cadáver. No me atreví a ver el resto del cuerpo, hubise vomitado igual que Ham hizo unos segundos antes.
El señor que estaba junto a la camilla me miró y yo asentí, bajó la sábana por mí.
Tessa, ¿quién fue el desgraciado que se llevó tus ojos miel?
El Jardinero Fiel.

Persecución

Gritaba continuamente que acelerase, y de vez en cuando rompía la rutina y me daba indicaciones de hacia dónde dirigirme. Yo pisaba el acelerador, miraba de vez en cuándo el retrovisor y comprobaba que continuaban siguiéndonos. Las sirenas sonaban y se clavaban en mis oídos junto con sus gritos.

Seguía esquivando árboles cuándo un barranco apareció.
-¿¡Qué hago, qué hago?!- le chillé histérica. -¡Esto se acaba!
-¡Sigue! ¡Acelera!
Le hice caso, aterrorizada por lo que pudiera pasar. Iba a la velocidad más rápida que podía, los árboles empezaron a desaparecer para dejar que aquel enorme acantilado gozase de ser temido por su grandeza. Aquello se acababa, estábamos casi en el borde.
-¡Frena!
Frené en seco, por suerte los cinturones de seguridad cumplieron su función. Los policías no pararon y salieron volando entre gritos desgarrados. No pude evitar echarme a llorar.
Comencé a respirar entrecortadamente. Llegué a la magnífica conclusión de que el aire no era suficiente en aquel coche y salí de él, pero ni todo el oxígeno del mundo me llegaba para respirar. Él también salió del coche detrás de mí y descubrió entre mis lágrimas un ataque de ansiedad. Me abrazó y tranquilizó. Cuando empecé a respirar normalmente enredó sus manos en mi pelo y me besó. Sentí su barba de tres días rascándome y su nariz respingona hundiéndose levemente en mi mejilla.
-No entiendo por qué no aprobaste el examen de conducir


Hablando del 10 de julio

Los focos hacían subir la temperatura al menos cinco grados más en el escenario. El pobre poeta no paraba de sudar, pero conservaba aún su facilidad para rimar cicatriz con epidemia .
Las cuatro chicas le miraban con sus ojos llenos de ilusión, canturreando todas sus canciones, alzando las manos y uniéndolas para seguir el ritmo de su música. Al finalizar cada canción sólo se les escuchaba ''Grande Sabina, grande''.

No era más que un concepto, una gran confusión para letrados cómo ella que se apuntasen a clase de matemáticas. Siempre, siempre que no le daba el resultado de una cuenta, o en su defecto le daba muchos resultados y todos distintos, allí estaba él , con una risa diabólica y malvada. Siempre le restregaba que había fallado las operaciones por su culpa. Se llamaba infinito.
Más tarde, comenzó a darse cuenta de que le sacaba de apuros, cuándo no sabía el resultado le plantaba a su profesor de matemáticas un ifinito enorme, con una sonrisa en la cara, pensando con su mente gallega ''malo será'' y repasaba una y otra vez sus curvas regordetas con el bolígrafo de marca Bic.
El concepto infinito y la alumna se aliaron, y le demostraron a las matemáticas que una chica de letras también sabía contar.
-¿Ah sí? ¿Sabes contar hasta infinito no? Entonces, ¿qué número es anterior a él?
Resignada contestó que con contar se refería a los cuentos.

Comienzo

Rita anotaba los datos del coche, un Volkswagen blanco con matrícula LMW 28IF...
-Perdona, -alguien le tocó el hombró para llamar su atención -¿a caso está mal aparcado?
Ella se giró para contestar y deslumbró al joven melenudo. No se podía decir que Rita fuese un bellezón, pero sin embargo Jhon podía afirmar que era su tipo.
-Sí, lo está. De ahí la multa Jhon.
-Vaya ¿te conozco?
-No, pero tú y tu grupo sois bastante famosos en el barrio, a pesar de sólo tocar música insrumental, sois bastante buenos... -Mientras Rita decía todo ésto Jhon la observaba minuciosamente: sus labios, sus ojos, su pelo, sus manos, sus zapatos... -Pero por muy famoso que seas, la multa te la tengo que poner igual.
-Sí... sí claro. -dijo desconcertado, ya que sí que se había percatado de su dulce voz, pero no de lo que ésta decía. Sin pensarlo mucho,  Jhon le arrancó de las manos el papel a Rita y se lo guardó en el bolsillo. -Entonces, ¿te gusta nuestro grupo?¿a pesar de que no te guste la música sólo instrumental?
-Pues... sí... -dijo Rita retrocediendo en su mente comprobando que éso ya lo había dicho hace unos segundos.
-Esque la verdad no queríamos que fuese instrumental, pero Paul y yo sólo sabemos hacer los coros, necesitábamos a un vocalista principal pero no lo encontramos. Así que si conoces a alguien que esté interesado.. -Jhon hablaba muy rápido, nervioso, no quería que aquel momento se acabase y haría lo que fuera por alargarlo.
Rita miraba de un lado a otro perpleja, vergonzosa, sin saber muy bien si contarle una verdad.
-Yo estoy interesada. -contestó aparentando seguridad en sí misma.
Ésto último le dió a Jhon su oportunidad.
-¿Ah sí? Vaya.... ¿Me lo demuestras en un karaoke? -Rita rió, y a Jhon le encantó su risa.
-Está bien, ¿conoces The Cavern Club?
-Claro.
-¿Quedamos allí a las ocho y me invitas a algo?
-Me encantaría. -se sinceró.

Ayudando a Vulcano

-Capitán. - dije antes de transportar cada una de sus células. -¿En el caso de que algo salga mal...? -dejé la pregunta en el aire, esperando órdenes y temiendo por la vida de mi amigo.
-Ya ha salido algo mal. -dijo resolviendo mis dudas, aclarándome que no había opción, que esta vez era como tantas otras, a vida o muerte. -Active los transportadores.

Precuela ENTERPRISE

¿De qué me hablarás esta noche?

Acariciaba sus párpados con una toallita, dejándola negra. Aún no había acabado de desmaquillarse los ojos cuándo un TOC resonó en la habitación indicando que algo había atacado la ventana. Se acercó a abrirla, con naturalidad, sin miedo, ya sabía quién iba a estar al otro lado.
-Bajo ahora- le susurró al camuflado en la oscuridad.
Ella acabó de asearse y para despejarse cubrió su cara del agua helada que llenaba sus manos. Se puso una bata blanca, con flores rojas estampadas. Se calzó sus zapatillas marrones disfrutando del roce del terciopelo con sus pies. Bajó y abrió la puerta que daba a su jardín.
Él estaba al pie del limonero, acostado, dejando que su pelo se mezclara con el césped y algunas flores silvestres. Sus manos se entrelazaban sobre su pecho. Llevaba sus deportivas viejas, ya manchadas de tantos partidos, y su pijama azul de ovejitas que a ella le encantaba. Se acomodaba entre las macetas de las flores de colores, colores imposibles de distinguir a las tres de la madrugada, pero que ellos ya habían memorizado a los cinco años puesto que aquel jardín había sido el escenario de todas sus aventuras.
-Bu. - dijo ella interrumpiendo con su rostro la vista de las estrellas. Sujetaba su bata con fuerza, bien con el objetivo de no tener frío o bien con el de que no se descubriera su pijama tan rosa.
Él quitó sus manos de su torso para que ella pudiera apollar la cabeza.
-¿Qué tal la fiesta?
-Bien, pero prefería tu compañía.
-No podías faltar al cumpleaños de Isabel y pasarte la tarde conmigo. Le sentaría mal.
-Está bien. - Carecía ya de fuerzas para discutirle nada.- ¿De qué me hablarás esta noche?
-Pues la verdad hoy lo tenía pensado.
-¿Sí?- se sorprendió.
-Pretendía hablarte de mis sentimientos...creo.
-¿Cómo que crees?
-Es un poco vergonzoso... No son cualquier clase de sentimientos además, hablaría de mis sentimientos hacia tí.
-Vaya, promete...- No estaba segura de querer saber tal cosa.
-Sólo si quieres- dijo acariciándole el pelo.
-Habla.- sentenció.

Tormenta mortal

Podría decir que las vistas eran fabulosas, maravillosas, fantásticas, excepcionales, mágicas, estupendas, prodigiosas… pero me quedaría corta. El mar estaba tan cerca que casi podía acariciar su oleaje, el olor de la salitre me invadía y las olas rompían de vez en cuando, combinando su ritmo con el de Eric Clapton que sonaba lo más alto posible en la mini-cadena del salón al lado del que nos encontrábamos. Mereció la pena cerrar los ojos y experimentar más intensamente todo aquello.



Hacia el final de la tarde comenzó a refrescar en la terraza. Unas nubes grandes, negras y esponjosas cubrieron el cielo. Pronto una gota calló sobre mi pie descalzo que sobresalía del balcón, después de esa gota de aviso cayeron millones de ellas fuertemente con el objetivo de atravesar mis piernas, las recogí y agradecí que aquello estuviera cubierto. El mar comenzó a picarse rompiendo fuertemente contra todo lo que encontrara, mezclándose con el estruendo de los truenos que indicaban la proximidad de la tormenta y subiendo hasta lo más alto de los acantilados. La luz de los relámpagos contrastaba con la profundidad oscura de la mar.

Me di cuenta de que no sólo yo estaba callada, un silencio aterrador invadía la terraza a excepción de Eric Clapton, que dejó de sonar cuándo la luz se fue. Aquello semejaba una película de terror, de hecho creo recordar que alguien bromeó muy oportunamente “¿Quién será el primero en morir?”. Interrumpiendo las carcajadas mi móvil sonó con el piano melancólico de Yan Tiersen, era mi madre. Supongo que la cara me cambió totalmente cuándo me notificó que mi padre había muerto.