El club de la lucha


Nunca pensé que aquella iba a ser la solución a mi estrés y, por qué no, a mi insomnio.
Resoplaba y cogía luego oxígeno con todas mis fuerzas, ardiéndome así los pulmones. Notaba la sangre y el sudor mezclados en mi pecho, la sangre no era sólo mía, la mitad era de mi contrincante. Sentía los huesos rotos y los hematomas que se iban formando por todo mi cuerpo. Casi no podía abrir mi ojo izquierdo, probablemente acabase perdiendo visión.

Le quité a uno de los miembros la botella de cerveza y bebí un trago para refrescar mi garganta. Cuando conseguí un buen ritmo de respiración saqué un cigarrillo de la cajetilla que llevaba en el bolsillo del pantalón. Después de dar una calada y expulsar el humo le tendí la mano a mi compañero para ayudarle a levantarse.
Aquellas peleas nos hacían descargar toda nuestra ira acumulada durante la semana.
Era adictivo, no había centro de rehabilitación para los yonquis del club de la lucha.

No hay comentarios: