Persecución

Gritaba continuamente que acelerase, y de vez en cuando rompía la rutina y me daba indicaciones de hacia dónde dirigirme. Yo pisaba el acelerador, miraba de vez en cuándo el retrovisor y comprobaba que continuaban siguiéndonos. Las sirenas sonaban y se clavaban en mis oídos junto con sus gritos.

Seguía esquivando árboles cuándo un barranco apareció.
-¿¡Qué hago, qué hago?!- le chillé histérica. -¡Esto se acaba!
-¡Sigue! ¡Acelera!
Le hice caso, aterrorizada por lo que pudiera pasar. Iba a la velocidad más rápida que podía, los árboles empezaron a desaparecer para dejar que aquel enorme acantilado gozase de ser temido por su grandeza. Aquello se acababa, estábamos casi en el borde.
-¡Frena!
Frené en seco, por suerte los cinturones de seguridad cumplieron su función. Los policías no pararon y salieron volando entre gritos desgarrados. No pude evitar echarme a llorar.
Comencé a respirar entrecortadamente. Llegué a la magnífica conclusión de que el aire no era suficiente en aquel coche y salí de él, pero ni todo el oxígeno del mundo me llegaba para respirar. Él también salió del coche detrás de mí y descubrió entre mis lágrimas un ataque de ansiedad. Me abrazó y tranquilizó. Cuando empecé a respirar normalmente enredó sus manos en mi pelo y me besó. Sentí su barba de tres días rascándome y su nariz respingona hundiéndose levemente en mi mejilla.
-No entiendo por qué no aprobaste el examen de conducir


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