Tormenta mortal

Podría decir que las vistas eran fabulosas, maravillosas, fantásticas, excepcionales, mágicas, estupendas, prodigiosas… pero me quedaría corta. El mar estaba tan cerca que casi podía acariciar su oleaje, el olor de la salitre me invadía y las olas rompían de vez en cuando, combinando su ritmo con el de Eric Clapton que sonaba lo más alto posible en la mini-cadena del salón al lado del que nos encontrábamos. Mereció la pena cerrar los ojos y experimentar más intensamente todo aquello.



Hacia el final de la tarde comenzó a refrescar en la terraza. Unas nubes grandes, negras y esponjosas cubrieron el cielo. Pronto una gota calló sobre mi pie descalzo que sobresalía del balcón, después de esa gota de aviso cayeron millones de ellas fuertemente con el objetivo de atravesar mis piernas, las recogí y agradecí que aquello estuviera cubierto. El mar comenzó a picarse rompiendo fuertemente contra todo lo que encontrara, mezclándose con el estruendo de los truenos que indicaban la proximidad de la tormenta y subiendo hasta lo más alto de los acantilados. La luz de los relámpagos contrastaba con la profundidad oscura de la mar.

Me di cuenta de que no sólo yo estaba callada, un silencio aterrador invadía la terraza a excepción de Eric Clapton, que dejó de sonar cuándo la luz se fue. Aquello semejaba una película de terror, de hecho creo recordar que alguien bromeó muy oportunamente “¿Quién será el primero en morir?”. Interrumpiendo las carcajadas mi móvil sonó con el piano melancólico de Yan Tiersen, era mi madre. Supongo que la cara me cambió totalmente cuándo me notificó que mi padre había muerto.

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