Esa noche sólo llevó a tres mejicanos bien vestidos y muy borrachos. (Butch Coolidge)

Entró en el taxi y balbuceó entre nerviosismo puro la dirección. Su calva brillaba del sudor, y también sus bíceps y demás músculos cuándo se quitó la bata de boxeo dorada. La taxista dio una calada antes de coger el volante, dejando en el cigarrillo la marca del pintalabios rosa. Miró por el retrovisor y vio al joven quitarse los guantes de boxeo y tirarlos por la ventanilla. Apagó la radio y se mordió el labio inferior.
-¿Es usted?
Sin parar de desahacerse de casi todo lo que llevaba encima contestó.
-¿Si soy yo quién?
-El boxeador. El que mató a uno.
Dejó lo que estaba haciendo y se acercó al asiento del conductor.
-¿Quién dice eso?
-Lo dice la radio.
La chica se moldeó un poco sus rizos castaños y siguió preguntando, esta vez con más euforia.
-Dígame, ¿cómo se siente uno al matar a alguien?
Caviló un poco, pensándose la respuesta.
-Déme uno de esos cigarrillos y le contestaré.
Apuró la cajetilla y sacó un pitillo. Él lo atrapó directamente con sus labios. La taxista sacó de su gabardina un mechero y se lo acercó.
Tras exhalar todo el humo por la ventanilla se fijó en la tarjeta con los datos de la chica.
-Está bien...Esmarelda. ¿No eres de aquí verdad?
-No. Soy cubana. Pero dígame cómo se siente.- realmente le parecía una experiencia fascinante la que aquel hombre acababa de tener.
-Realmente yo no sabía que lo había matado cuándo escapé del ring. Pero, ahora que lo sé.. -dió una calada más rememorando el combate. Recordando cada golpe y cada paso.- no me da ninguna lástima.

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