Otra vez en la azotea.

Conservando tu jersei tres tallas más grande que el mío, gracias a él conservaba también algo de calor en mi cuerpo. Acostumbrada a tener siempre alguien abrazándome, ahora tenía frío siempre. Y siempre estaba sóla, en aquella azotea altísima desde dónde, ya como rutina, hacía amago de tirarme, sólo para escuchar tu voz susurrarme entre la brisa marina, hablando desde las tinieblas.

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