Abrió el portalón de su casa y subió corriendo la cuesta. Una vez dentro se sirvió whisky en el vaso más grande que encontró para ahogar sus penas, mientras, se sentaba en su butacón. Fijando la mirada en una de las paredes del salón vacío, se servía a cada poco más alcohol, y a cada vaso más se enamoraba.
Una vez borracho de amor, tiró la botella y el vaso por una de las ventanas y corrió escaleras arriba a trompicones. Cogió su maletín lleno de colores, metió un par de pinceles en un bolsillo y bajó de nuevo sin equilibrio las escaleras hasta el salón. Tiró al suelo todos los cuadros que había colgados en la pared que antes había contemplado y empezando por un fondo violeta, retrató a su ausente príncipe.


Teresa ausente.
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