Grease

Empapé el pincel en el contenido de aquel bote sin fondo. Lo saqué y lo sacudí frente al lienzo. Y voló la brillantina.
Se respiraba brillantina.
Se sangraba brillantina.
Se escupía brillantina.
Y la gravedad se esfumó. Los colores fluían sin rumbo por el estudio.
En realidad no le afectaba nada. Si algo se interponía en su camino ella lo traspasaba, cual fantasma (brillantina fantasmagórica).
Cuando me dí cuenta, había invadido la habitación. La sensación era la de encontrarse en la nada, en una nada de colorines.
El último brillantito salió del bote. Y fue entonces cuando todo volvió a su origen. Una enorme fuerza atrajo al color y a mí al bote sin fondo.
El último brillantito volvió al bote y depués de eso, llegaba mi turno. Pero el bote había llegado a su límite y la gravedad decidió volver. Yo que me hallaba flotando cerca del techo caí precipitadamente, sin darme tiempo a reaccionar poniendo rodillas y manos para no hacerme daño.
El golpe me hizo sangrar, pero esta vez la sangre ya no era ni bonita ni brillante.
Todo volvía a ser del color de la realidad. Todo dejó de ser bonito y brillante para volver a ser real.


He aquí la gracia: no hay coherencia ni cohesión.

1 comentario:

Cel dijo...

Los golpes nunca son de colores.
Cada golpe que te dan duele más que el anterior y cada vez que te caes cuesta más levantarte.

Pero valdrá la pena mientras siga habiendo purpurina.