Ya estábamos bien acomodados en el tren de tu viaje y las mariposas seguían dentro de mi estómago. No podía evitar obsesionarme, contemplarla de reojo y sentirme honrado por sentarme tan cerca de la perfección. Mi princesa comenzó a aburrirse. Comprendí que era costumbre suya semejar una niña pequeña cuando esto le ocurría. Se convirtió en un pequeño ovillo primero, luego se movió y cambió de postura, después decidió consolarse haciendo una trenza. Cuando se cansó de su pelo empezó a observar todo su alrededor, fijándose en cada asiento y pasajero. Me tocó a mí y giré la cabeza intentando disimular, pero ya le había sacado una sonrisa, resignado y sonrojado la miré de nuevo. Ella ya estaba a otra cosa, se había arrodillado en el asiento y estaba intentando abrir la ventana con gran esfuerzo, llamando la atención de algunos viajeros. Consiguió su propósito y un viento fuerte hizo volar al pasillo el sombrero de la señora sentada delante de nosotros. Aguantando la risa se lo alcancé, pero resultó ser maleducada y me lo arrancó de las manos para irse con él a otro vagón, una vez desapareció los dos nos reímos a carcajadas. Yo me callé unos segundos para grabar aquel sonido en mi mente, para recordar siempre la belleza de aquella alegría.
Ya silenciados los dos se volvió para mirarme y comenzó a silbar una preciosa melodía. Esa fue la primera vez que sonó nuestra canción.

3 comentarios:
Carmich, me encanta!
nunca es demasiado tarde, princesa.
Cuando eras la princesa de la boca de fresa.
Y en lugar de sonrisa, una especie de mueca
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