Tú dices que echas de menos ser pequeño.
Yo digo carpe diem.
Llevaba un vestido gris con flores y unas zapatillas azul claro para informalizar, su cazadora marrón estaba colgada en la silla. El pelo lo llevaba mal recogido en un moño y tenía los ojos maquillados. Estaba sentada en una mesa de aquel rincón de París aún con la esperanza de que no le hubiesen dado plantón.
En uno de los placajes, hubo una serie de movimientos muy extraños. Él se tiró agarrándola por las piernas y ella cayó fuertemente contra el suelo. El chico se acercó arrastrándose por el césped hasta llegar a ella.
Comenzamos a subir aquella cuesta infinita y de música de fondo se escuchaban varios millones de quiero salir y otros tantos de voy a morir. Llegamos al final de la cuesta y tengo que admitir que la vista era perfecta, pero en ese momento me fijé más en la bajada que tendría que soportar en unos segundos. Cerré los ojos y sentí el viento en mi cara fuertemente, y también noté una opresión en el diafragma. En algunos momentos no me acordé de respirar.
Abrí la puerta y allí estaba, sin camiseta pero con unos pantalones grises de traje, el resto del traje (la camisa y la americana) estaba colocado al lado del lavabo de dónde él estaba bebiendo.